viernes, noviembre 13, 2009

Calle extraña.

La calle del mundo es extraña y fría a la vez; últimamente, extremadamente fría. Llora eternos copos de nieve que visten superficies con gruesas capas blancas que hunden pies, manos, cuerpo y corazón. Y la gente cae en sus propias sábanas de seda: la vista se les nubla más allá de sus propias montañas. El sueño de invierno, una pandemia terrible que adormece todo sentido de vida y que nadie quizás sabe controlar.

El mar ruge furioso. Las balas despiertan. El tigre muestra sus garras. Una nueva herida se tatúa en la piel. Los portales están cerrados. Los problemas dibujan su nombre sobre la arena recién mojada.

Hoy, quizás, las patas huesudas de un perro vagabundo se dejan arrastrar por esta ruta de perdición callada y enfermiza, por estas noches de negro vacío o, quizás, pertenezcan a otro visitante extraño. No siempre es fácil caminar bajo el aliento gélido del globo. Y agacha la cabeza y pierde los colores de la esperanza, al sentir el hermetismo de las cerraduras ciegas de cristal, de esos ojos cerrados, de ese olor a oscuridad. Pero, en ese instante, sorprendentemente, una puerta se abre y una melodía risueña de hadas de viento colorea el mundo; nacen haces de luz que eliminan la noche. Sabe que la señora de vestido estrellado volverá tarde o temprano pero, aún así sonríe. ¿Qué sería de él sin esas moléculas de vida?

Sí, definitivamente la calle del mundo es extraña: no termina de definirse en un oscuro o una luz, pese a preferir los negros.

2 comentarios:

Esther dijo...

El mundo me parece oscuro, vacío pero, a veces atisbo pequeños haces de luz. Pequeñas cosas o personitas... A veces es extraño y adquiere un sabor agridulce ¿Qué sería de él sin esas pequeñas cosas que nos hacen sentirnos mejor?

Me contradigo de vez en cuando pero, en general, para mí es oscuro. No creo que nadie ni nada me pueda quitar esa idea. Es horrible, cada vez más vacío...

Saluditos.

Dinorider d'Andoandor dijo...

pero como dices también tiene de luz, no todo está perdido