jueves, agosto 21, 2014

Carta IV.

Querido:

He de preguntarte: ¿Eras tú?

Me acercaba al ecuador de agosto. Volaba entre fiestas cristianas que pretendían reflejarse en las sábanas de mi piel. Me escondía entre los muros de mi habitación y desde allí oía los gritos lejanos y cercanos, altos y subterráneos que querían partirme en dos. Y de repente, cuando al fin decidí conectarme con el mundo, apareciste tú. Tu rostro se empezó a mover entre las estrellas y tu aliento se mostraba lleno de luz. Olía a caramelo, a fresa, a café y a chocolate. El color de Sinfonía número 5 de Bethoven o de la violencia de Requiem for a dream golpeaba al corazón o algo similar, algo muy rápido que pretendía sacarlo del tiempo para que conquistara el espacio exterior. Volé porque no quería dejar el corazón fuera. Olvidé la fiesta que estaba viviendo. Quizás se agitaron los guardias y las voces se tornaron de sangre y oscuras y azules. Quizás, mis amigos trataron de detenerme. No puedo asegurarte qué pasó porque, sencillamente, ya no me importaba. Salí, salí al espacio. Los pies esquivaron los fuegos artificiales y el suelo fantasmagórico los sostenía.Volaba y tú cantabas nanas de madrugada, de soles y primaveras. Cantabas y yo te creí. Pero de repente, se apagó el faro de tu voz y tu rostro y tu presencia. Una vez más, me dejaste sola. Desapareciste y caí rápido al suelo. Me hallo en el desierto. He de recoger las maletas. Debo regresar a casa sin saber ni siquiera si seré capaz.

Dime: ¿eras tú? Los ecos de las interrogaciones amenazan por subir las escalas de la espalda, colarse en el líquido cefalorraquídeo e invadirme con una infección bacteriana. Y me pregunto si fue un sueño que no es sueño. Una maravilla que es agonía. Una ilusión que no es ilusión.  Me pregunto muchas cosas y, simplemente, espero una respuesta de VERDAD. Y cuando llegue bajo los candiles del porche, cuando la soledad oscura me mezca en su abrigo, cuando ella se convierta en un perro  a mis pies, solo espero que, Primavera, vuelvas a mí.