domingo, junio 28, 2009

Paseo del ayer.

Las adolescentes o niñas (ni siquiera lo recuerda bien) se remangaban ligeramente la falda y la hacían bailar en incansable baile alrededor de sus piernas. Daban vueltas en círculo; sus ropas se habían transformado, repentinamente, en las de unas de esas damas de épocas antiguas que lucían vestidos ostentosos, de princesas y cuyos corsés y demás complicaciones apenas las dejaban respirar. Entonces, de la nada, la sala se empezó a llenar de personajes distinguidos, con extraños looks que los años se habían encargado de empolvar. Pero, las chicas no le dieron importancia: ellas eran felices, moviéndose en ese mundo irreal pero, tan real al mismo tiempo... hasta que...

- ¡Niñas! ¡No os comportéis así! ¡Que ya tenéis... añazos!- vociferó la madre.

De nuevo el salón estaba completamente vacío, pero seguía vistiendo ese atuendo tan elegante, lujoso, precioso como la belleza de piedras preciosas. Sólo el padre, la madre, la hermana y quizás alguien más, estaban allí; simplemente, se habían dejado llevar por el hechizo de esas paredes kilométricas, de ese cielo de exquisitez, de las cientos y cientos de baldosas.

Ese día de los noventa, no me traje cámara, así que lo único que puedo ofrecerles es esto:


Salón de baile del Casino de Murcia, tomada de la página Pueblos-espana.


Fachada del Casino de Murcia, tomada de Wikipedia.

El imponente Casino de Murcia, se asienta en la calle Trapería, que duerme y vive eternamente cerca de la vieja catedral. Allí, contaron que un día entró un hombre; aquel día y a aquellas horas la iglesia estaba a punto de cerrar. Sólo era un desolado desierto, salvo por una pequeña figura, sentada en uno de los bancos, encorbada, rezando frente al altar. Figura femenina. Y al verla, el hombre empezó a crear palabras; la mujer alzó la cabeza al instante y el hombre sintió que le faltaba la voz. La expresión de su rostro se congeló en el tiempo y sus ojos se abrieron como platos. Quería correr pero, al mismo tiempo no podía; no poder hacer, no poder actuar. Conocía cada milímetro de ese rostro, cada arruga y cada gesto que se dibujaba en su línea del tiempo. Era una familiar suya, una persona cuyo viaje por la vida sabía que había finalizado hace tiempo. Había sabido de su último respiro, de los últimos momentos en que había observado en esta gran bola redonda, antes de cerrar sus ojos para siempre. ¿Cómo era posible?

- Ya me voy - musitó, quizás, el cuerpo viejo de mujer.

Se levantó lentamente y trazó sus cansados pasos, al tiempo que su silueta se difuminaba en la invisibilidad de un infinito desconocido.

Un escalofrío recorrió la espalda de la joven de principio a fin, mientras la anterior historia cobraba vida en sus oídos.

Murcia,2006.

viernes, junio 19, 2009

Voces nocturnas.


El centro de la ciudad nunca acallará su voz: le da igual que sean las diez de la mañana o las tres de la madrugada ; quizás su voz hoy sea de tablao flamenco con sabor a palmas y a castañuelas, o quizás simples bramidos vencedores de todo obstáculo, incluso de sueños.

- ¡Que te rajo! ¡Que te rajo!- Una navaja brilla bajo la luna.
- ¡@%&%&!

Unas jóvenes regresan a las siete de la mañana, enfundadas en un escaso trozo de tela que apenas alcanza a tapar más allá de donde se ocultan sus secretos. Ríen y se abrazan a las nuevas camisetas masculinas, sí, nuevas, porque quién sabe, quizás pronto se cansen de ellas y las cambien por otras más novedosas; las cosas parece que son así: se encuentra un nuevo producto en el mercado, se usa y se cambia por otro en cuanto pierde el color de lo inicial y se convierte en costumbre. Pero, no hagan demasiado caso a esta observadora de ventanas, de paisajes, de texturas, de sabores: son mundos distintos que colixionan; el mío, quizás el tuyo.

Un banco también es un buen emisor de graznidos a las altas horas de la noche.

Son sólo unos ejemplos, para que X. se levante y marque el teléfono de la policía, a la vez que se pregunta que por qué tan pocos vecinos se atreven a hacer lo mismo. Y mientras, yo agradezco el poder dormir en una habitación interior.

Recuerdo cuando nos trajeron al inglés. Acababa de llegar a España con su música y su maleta de ilusiones. Sí, el mismo que se horrorizaba al intentar pronunciar la "r" fuerte española.

- Ouch! It's horrible- y se tapaba el rostro con ambas manos.

- Tú vas en el avión todo cansado y lo que menos te apetece es aguantar a un español al lado, gritando por el móvil - dijo mientras imitaba a alguien ensañando fuertes golpes de palabras sobre un pobre teléfono. ¿Qué pensaría de nuestras calles? Calles que acunan esencias ya no sólo españolas. Alaridos que rasgan el cielo estrellado, que molestan, que arañan en la gigantesca ciudad. Telas de colores dispares, de olor a asfalto y que sin embargo y a pesar de todo, casi siempre suelo amar.

miércoles, junio 10, 2009

El arte de la imperfección.



Se fue, se fue de mi vida, como las tormentas de verano. Porque como dicen, la gente viene y va y venimos y nos vamos, nos fundimos en el abrazo del tiempo limitado. Despedida, dama silente a veces, porque no quiere hablar. Y nos aferramos a las personas como clavos ardiendo, como el pedazo de hierro destinado a él, que lo espera y lo recibe. Pero, no nos damos cuenta que también nosotros partimos de los mundos de alguien: siempre es más fácil mirar a los demás, que mirarse uno al espejo y reconocer lo que los ojos no quieren ver. Quejidos, quejidos porque aquél partió y nos dejó en el cajón del olvido. Es ese frío de vacío que te envuelve de vez en cuando con ese nuevo amanecer. Sí, ese maldito vacío, que te ciega y te hace tomar amargos tragos de café. No siempre es fácil aceptar una despedida, su olor... ¡Maldito agujero de vacío que taladra el corazón a veces! Él tiene la culpa, porque no nos deja aceptar y enturbece nuestro sol con o sin razón. Pero, ese vacío, ese boquete, no es tan malo: es la condición de lo humano, los sentimientos latentes que vuelan a ras de piel, que te susurran en las noches de tus días:

- Aún no eres un monstruo. Quizás sólo estabas dormid@ y hoy despertaste un poquito.

Lo humano, sinónimo también de imperfección.

Y él también se fue; es la naturaleza general y flotante. En ese último día. El último día. Su mirada, nuestras miradas dibujaron los rostros por última vez y nos dijo:

- No cambiéis nunca. Los defectos y virtudes son lo que nos hace ser cada uno. Cada uno simplemente por ser, puede aportar siempre algo. Yo he aprendido mucho de vosotros también. Yo sé que la vida puede cambiarlo a uno, pero... en verdad, no os perdáis del todo, eso os pediría.

Amarse a uno mismo.

El día en que nacimos, alguien cogió una balanza: a un lado, colores de negro; al otro, colores de arco iris. No importó que estuviera desequilibrada. Y los usó. Porque el arte no entiende de equilibrios, porque cada obra es única.

domingo, junio 07, 2009

Sabor a verano.

Mis pasos acarician el paso de la aventura. Ella siempre está ahí, vestida de ciudad, quizás desconocida, o de campo o de mar...

Tras la caminata inmensa del sábado, la noche me acogió en el regazo de sus estrellas de sueños y no me dejó despertar mientras duró su canción. Andar, andar sin cesar, suele ser un excelente antídoto contra posibles insomnios enemigos; un hombre, que se levanta de su sedentarismo, decide tomar la aventura de su vaso de cristal y sus pies respiran libertad, nadando en pasados presentes.

Domingo. Un día y el dorado rey del cielo nos recibe, con un poco de viento, eso sí.

Lo Pagán ( Murcia, al sureste español) exhibe su ambiente de verano. Pero, Lo Pagán tiene algo muy, muy especial: lo que alguna gente suele llamar Los Barros. Los Barros son un conjunto de aguas estancadas con cieno. La gente, se embadurna, se envuelve en ese peculiar vestido gris oscuro que conforme el sol lo vaya estrujando entre sus dedos de fuego pasará a ser gris claro. Meterse ahí es como pisar una esponja bastante pringosa.

Alguna gente, habla de milagros curativos:

- Pues a mí desde que me meto ahí, ya no me duele la rodilla.

Dicen que este barro sirve para problemas reumáticos sobre todo y para la circulación. Yo no puedo asegurarlo, ya que a mí no me pasa nada. Lo que sí que noto es una piel suave como la seda. Mi pariente también se la toca.

- Está como un guante.- Asegura.








El sabor del verano, nos alcanzó, nos envuelve, nos empapa en sus gotas candorosas pero, también en su buena cara que nos hace abrazar mares inmensos, absorber la frescura de un refresco... Sin duda, sabor a verano.







¡¡Sí!! ¡¡¡Sabor a verano!!! Oh!! Yeah!!

viernes, junio 05, 2009

Frigorífico.



El sofocante calor con besos de verano ya rasga nuestras ropas y nos traspasa la piel. Y yo, dibujo pasos sobre el ardiente asfalto pero, acurrucando esta chaqueta entre mis brazos ¡Qué particular imagen! Porque conozco el terreno al que voy. Quizás la necesite, quizás no, pero siempre es mejor prevenir que tener que curar, eso dicen.

Esa biblioteca es una estancia larga, de un sólo piso. Las mesas y las sillas se disponen en dos filas lineales (derecha e izquierda), de forma ordenada como el firme paso de una marcha militar. Pero, cuando el verano abre sus brazos de sol, cuando abraza el cielo como un ave rapaz, esa habitación expira vientos de invierno; lo hace a través de unas rejillas de metal, un extraño y enorme aparato que ocupa gran parte de la pared. El aliento gélido da la bienvenida a la libertad y con la velocidad de Fórmula uno, arrasa con cada milímetro de materia presente. En ocasiones, una caricia de alivio fresco, se agradece cuando el bochorno te estruja entre sus manos de infierno, pero, cuando exhala un frío que acuchilla con sus dientes de glaciar, que hace erizarse cada pelo de tu piel, ya no es tan agradable. El enemigo de hielo conquista su pequeño imperio y con la mágica presencia del pasar del tiempo, crea un frigorífico, un frigorífico, sí: somos productos de las más diversas nacionalidades, formas y colores que dormitan en una espera quizás brumosa y que, ingenuos ellos, creen correr en contra del tiempo. Tos, tos seca y enferma, rocío de nariz, estornudos inoportunos; el enemigo está actuando pero, la gente apenas lo ve: la obsesión por el aire acondicionado les cegó la vista. Al menos, el silencio de esta biblioteca enmudece los susurros. Al menos, el letrero de "silencio, por favor" aquí es escuchado. Pobre letrero: normalmente es desterrado al monte del olvido e indiferencia; las voces sacan sus guantes de boxeo y lo echan a puñetazos. Y se siente sólo, extraño en el cristal, falso, anunciando lugares silentes cuando la realidad puede ser bien distinta.