viernes, julio 11, 2014

Carta III.


Querido:

He de confesarlo: he pecado. Por un momento rememoré olvidos olvidados en el rincón de mis sueños. Los he coleccionado y permití que, de nuevo, revivieran. Pero si tú existes, no importa porque vendrás, a veces sin venir y me dirás, quizás sin decirlo: “Estoy aquí. Te quiero”. Entonces, qué importarán los olvidos dormidos, despiertos y de nuevo, adormilados. Qué importarán las veces en que dije sin decir: “Estoy aquí” y nadie me escuchó. Qué importará haber pasado por invisible tras las cristaleras, haber sido pisoteada o cambiada por otro artículo barato en un centro comercial. Aquellos pasos me habrían llevado hacia ti y entonces, entonces tendría que darles aun y todo las gracias. Paradojas de la vida. Pero me hundo. Querido, no quiero preocuparte, pero me hundo. Te explico:

Hace... no sabría precisarte cuánto tiempo, paseo por playas inhabitadas, pero plagadas de chiringuitos que me piden las cuentas, las cuentas por ahogar mis penas y, a veces, exhalarlas como los borrachos. Borracha estoy a veces de tristeza; otras, de ira o, de indignación o puede que de un cóctel de dos o tres de estos ingredientes. Y ya sabes lo que pasa con los borrachos: pueden ir trazando “eses” hasta caer, decir y hacer sin que nada importe. La apatía les golpea la cara y como un monstruo posesivo se adueña de sus espíritus. A veces, caes y las caídas son brutales. La soledad hace estragos. Eso, voy por la playa: el mar sube por el pilar de mis piernas, por el tronco de mi árbol; se enreda en mi cuello, en el clavo de mi cabeza, pero de repente, la saco y vuelvo a la vida.

Las resacas son extrañas: de nuevo, aceptas el abismo del vacío que se extiende frente a ti y entonces, poco a poco, revives con una estrella fugaz de agradable compañía. Y sabes que, cuanto más detestas las actitudes de unos, más amas a otros y el tiempo que están dispuestos a darte, aunque sea con un saludo de miel y entonces, deseas estar lo suficientemente despierta para saber valorarlo y de verdad, deseas tener éxito en tu empresa. Al ver tu soledad, al no sentirte, rememoras que es lo único que tienes; un enorme valor monetario que ni los bancos pueden pagar ni una y otra vez. Y entonces, me doy cuenta que incluso tengo que darle gracias a tu ausencia, para recordarme lo rica que soy una y otra vez, para incitarme, otra vez, a crearme mi pequeño círculo de seguridad probada y una y otra vez y una y otra vez, no dejamos de recordar la lección.

Aún así no dejo de recordarte sin recordarte, de amarte sin amarte todavía, de dibujarte y desdibujarte pues, quisiera que tú estuvieras aquí, no volver a esa playa y que me sacaras y me dijeras: “Estoy aquí”. Y, ahora... te lanzo una pregunta:

Si no me conocieras y no hubiera posibilidades de conocerte todavía ¿al menos me permitirías conocerte en el cielo?

Firmado:

            La Justiciera del Amor, que te espera por SIEMPRE, SIEMPRE SIEMPRE (¿y qué más te podría dar que un siempre? Dime qué más).