lunes, julio 01, 2013

Guerra.

Fuente de imagen aquí. 

Era un edificio lujoso en la ciudad de Burgos. Mi tío, un exguardia civil, siempre nos acogía. En realidad,  la razón que nos servía para visitar tan hermosa ciudad era el ir a ver a mi abuela. Yo era pequeña ¿Cuántos años tendría? ¿Seis? No lo recuerdo bien, pero sí otros muchos detalles se quedaron impresos en mi memoria como una estantería enorme que poseía, oscura, como la madera del nogal, donde figuraba, entre otros muchos elementos un arma enorme  sin cargar, entre varias medallas. El piso era bastante recogido y apenas me acuerdo del Sol entrando por las ventanas. Tal vez era de noche, pero lo que sí sé es que llovía; se ve que pillamos el cielo enfadado por aquellos días. Por la mañana, una tetera de porcelana con leche caliente, Cola-cao y unas cuantas galletas María nos recibían. Por un lado, nosotras, las mujeres, nos enfrascábamos en nuestras conversaciones –bueno, más bien mi madre: yo y mi hermana ¿de qué más podríamos hablar que de los muñecos de Pin y Pon?–  y los hombres en las suyas, con riesgo de acabar en tortuosos caminos de discusiones.

Yo era una niña feliz que cada verano podía, además, disfrutar viendo cómo se erigía la preciosa catedral de Burgos, visitar el río Manzanares, perderme por las calles de un pueblo o visitar su cementerio.

Mi mundo feliz, pero también recuerdo días ajetreados en los que mi padre comenzó a acudir a diferentes hombres de ley. Y un día dijeron que mi tío ya no nos quería más. Desde entonces, comenzamos a ir con nuestra tía. Había comenzado una guerra y como en  toda guerra que se precie siempre hay dos bandos contrarios y quizás algún que otro rezagado que no sepa bien dónde ubicarse y que incluso ni entienda el sentido de tales conflictos ¿Pero acaso sirven para algo? Yo nunca llegué al fondo de la cuestión, quizás era demasiado joven para entenderlo. Solo sé que fue por un tema de herencias: un mal que suele aquejar a muchas familias. Por suerte, en nuestro bando, siempre trataron de enseñarnos a no dar excesiva importancia al dinero; quizás sabrían que eso es un quiste que puede llegar a destruirte.