viernes, octubre 29, 2010

Dime, ¿qué escondes?

Érase una vez, unos nombres de países cuyos pies de letras invisibles pisaban pedazos de tierra concretos que aseguraban pertenecer a ellos. Significantes silentes, significantes de agujero ¿Quién iba a decir que escondieran un sinfín de secretos? Rostros, sombras, cuyas siluetas fantasmagóricas pasan por la vida pero, incluso los semáforos invisibles, escriben historias- propias, ajenas- como el propio viento, que escucha por los rincones.


No hace mucho, estos nombres vinieron en el avión de un e-mail, a contarme sus secretos, secretos que he decidido compartir. A parte, me puse en contacto con otros personajillos de la misma índole, que también accedieron a cavar su tumba de historias, desenterrando sus tesoros enigmáticos, de tierra, de tiempo; tales son: La señorita España, Don Honduras, Uruguay, Guatemala, Bolivia, Puerto Rico, República Dominicana, Costa Rica, El Salvador, Paraguay, Haití, Colombia, Venezuela… Diversos señores americanos, la gran mayoría de habla hispana, quisieron unirse a la fiesta de contar y cómo no, España, que sabiendo que esta casita azul dormía bajo sus pies y entusiasmada por el ánimo del festejo, quiso unirse a esta solidaridad improvisada de compartir, de peinar hojas del pasado. Bueno, no nos enrollemos más; a continuación les cuento lo que me revelaron cada uno de estos señores de historia.


Argentina.


Viene de argentum(lat. plata). De ahí el nombre de Río de Plata, que fue el camino natural de los españoles para llegar a los yacimientos de plata de la región de Potosí, en Bolivia.


Antes se llamó Río Solís, por su descubridor.


Chile.


Los indígenas la denominaban con el nombre de Aymara de tchili, palabra autóctona que significa nieve o confín del mundo (Fins Terrae).


Cuba.


Cristóbal Colón desembarcó en la isla de Cuba el 28 de octubre de 1492, durante su viaje inicial hacia el Nuevo Mundo. En honor a la hija de los Reyes Católicos, sus benefactores, Colón la llamó Isla Juana. Más tarde recibiría diversos nombres; luego, se llamó Fernandina, en honor al rey Fernando El Católico, y finalmente, Cubanaschan, que en lengua de los indios siboney significa montaña.


Ecuador.


Debe su nombre a la línea imaginaria del Ecuador, que atraviesa el país y divide a la tierra en dos hemisferios.


La capital se llama Quito, nombre que viene quechua, cuya traducción es “el ombligo del mundo” y que alude a su posición geográfica entre montañas.


México.


El nombre de México viene del azteca, mexitli, que significa el pueblo de los mexicas, nombre se daban a sí mismos los aztecas, en honor a su dios de la guerra, Mexitlhi. Se llama así también la capital federal del país.


Nicaragua.


La palabra deriva de Nicarao, un famoso cacique que gobernaba la región cuando llegaron los españoles o quizás del nombre del pueblo indígena de los nicarao, que poblaban el pacífico a la llegada de los españoles a esas tierras.


Panamá.


Existen diversas versiones sobre el origen del nombre. Unos dicen que se adoptó por un árbol muy común en esta región, llamado Panamá. Otros lo atribuyen a que la población se fundó en el mes de agosto, cuando hay muchísimas mariposas y que Panamá es un término indígena que significa abundancia de mariposas. Según algunos cronistas de Indias, la palabra Panamá se refería a una aldea de indios pescadores, asentados en la ribera del Mar del Sur. Panamá, significaría entonces, abundancia de peces o sitio abundante de pescado.


Parece que los indios kuna aseguran que el término Panamá deriva de pannaba, palabra de la lengua kuna que quiere decir muy lejos.


Perú.


El territorio del Imperio de los Incas comenzó a llamarse Perú aun antes de ser conquistado por los hombres de Francisco Pizarro. El nombre de Perú es una hispanización del nombre del río Birú, en la vertiente suramericana del Pacífico que , entre los vecinos de Panamá, vino a designar todos los territorios situados en la ruta de levante, al suroeste y sur de dicha ciudad.


Lima, nombre de la capital, viene por corrupción del nombre del río Rimac.


Colombia.


El nombre de este país significa tierra de Colón, nombre que le dio Simón Bolívar, al declarar su independencia.


Puerto Rico.


Su nombre indígena era boriquén, que en taíno significa isla de los cangrejos.


Inicialmente, Cristóbal Colón llamó a la isla San Juan, en honor al príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos pero, más tarde, los españoles llamaron Puerto Rico a su capital y San Juan a la isla. Después, se intercambiaron los nombres, denominándose, finalmente, a la capital San Juan y al país Puerto Rico. El nombre de Puerto Rico, hace referencia a las riquezas encontradas en la isla, que partían de su puerto.


Costa Rica.


Fueron los españoles los que la bautizaron así, maravillados por su riqueza y yacimientos de oro.


El Salvador.


Nombre que hace referencia a Jesús, El Salvador, y con el que también se designa a su capital.


Honduras.


Algunos afirman que su nombre fue consecuencia de una frase que pronunció Cristóbal Colón al llegar al centro américa Centroamérica, tras haber sido atrapado por un huracán; éste exclamó “¡Gracias a Dios que salimos de estas honduras!”. Pero, parece ser más probable que Honduras derive de Huntulha, término que se refiere a la costa acuosa y no a la profundidad marítima.


Uruguay.


El nombre proviene del guaraní. Algunos afirman que el país debe su nombre a un ave, el urú, que habita en el país, por lo que la palabra significaría “río del país del urú”. Otra versión, es que signifique “río de caracoles”.


Bolivia.


Debe su nombre al mariscal Sucre, creador del país, que se lo dio en honor al libertador Simón Bolivar.


Guatemala.


Guatemala viene de la palabra azteca Quahtlemallan, traducción de Quiché, que era una nación muy poderosa que se hallaba en su interior en el siglo XVI y que significaba algo así como “tierra poblada de bosques”.


República Dominicana y Haití.


El término dominicana viene de la palabra latina dominica y significa “día de El Señor” y fue precisamente un domingo de 1492, cuando Cristóbal Colón la descubrió y se la denominó Hispaniola. Los indios que encontró Colón, llamaban a la isla Haití que significaba “tierra alta y montañosa”; otros, la llamaban Quisqueya , “madre de la Tierra”.


Desde 1844, Haití y la República Dominicana son independientes.


Venezuela.


Venezuela quiere decir “pequeña Venecia”. Y fue descubierta por Cristóbal Colón en 1498.


Cuando en 1499 Américo Vespucio y Alonso Ojeda llegaron al lago Maracaibo, encontraron allí una población indígena que construía sus casas sobre estacas. Ello les recordó a Venecia y por eso acabó llamándose así a este país.


España.


Su etimología es desconocida y existen diversas teorías sobre el nombre, pero, la más aceptada es la que alude a su origen fenicio.


Los romanos utilizaban el término Hispania para referirse a estas tierras, término que parece provenir del fenicio i-spn-ya. Los romanos interpretaron el prefijo i como “tierra”. Mientras, el lexema spn, que en hebreo podía leerse saphan, se tradujo como “conejo”. Así, para los romanos, i-spn-ya, significaba “tierra de conejos”.


Pero, más aceptable es que spn, en fenicio significara“el norte” por lo que i-spn-ya se podría traducir como “tierra del norte”. Los fenicios, llegaron a España bordeando las costas africanas, con lo que al llegar, la encontraron al norte de su ruta.


--------------------------------------------------------------------------------


El ocaso de la fiesta duerme el cielo. El reloj corre, devora el tiempo y yo ya no puedo dormir en autobuses de esperas. Toca despertar; toca partir y espero que ningún Señor de habla hispana se haya quedado con ganas de hablar. No falta nadie ¿verdad? Si es así, le mando un pañuelo de disculpas.

miércoles, octubre 20, 2010

Cuadros en los cristales.

Otra vez, ese día deslizándose por la seda de la repetición. Seda difícil de asimilar. Seda que se escapa de las manos.

De nuevo, el precipicio se extendía ante sus ojos, vacío, incólume, indomable. Y ese coche en el que estaba D. El mismo que ayer; el mismo que mañana. El mismo en el que se entretenía pintando en sus cristales, sobre todo en el que estaba enfrente del asiento del conductor. De nuevo, las nubes del limbo, tranquilas, renacían de las cenizas muertas de la nada. Danzaban felices sobre la superfice cristalina, sin preocuparse de si aquél era el sitio en el que tendrían que haber aparecido, del pasatiempo de la vida de rascacielos, de caballos que aún no habían sido domados por el látigo de hormigón; al fin y al cabo, pasatiempo de un tiempo. ¿Por qué pintar? Porque las nubes contagian el vicio del vacío, del no saber pero, sobre todo protegen del miedo y de esa sensación de vértigo que se experimenta ante el precipicio Realidad. Porque a veces éste abre su boca y sus dentelladas son terribles, despedazando el corazón en mil pedazos o quizás perturbando la paz de la razón, congelando la existencia o creando gotas de lluvia que lo empapan todo, que absorben, sin miramiento ni perdón. Pero, del mismo modo que D. pintaba nubes, se pueden pintar arco iris, bosques, etc., pues tal y como el arte abraza la selva Diversidad- que atraviesa todos los pulmones de existencia; que lo impregna todo- todo cabe en el saco del olvido. Pero, un día pasó que D. no pudo pintar. Por mucho que buscó no encontró sus pinturas mágicas de la ignorancia ¿o quizás fue ella quien no quiso traérselas? No lo sé. El caso, es que cada vez los sonidos de la verdad se oían más fuertes. Arañaban. Desgarraban. Hacían jirones en la piel. Aquello duró un tiempo, hasta que D. decidió enfrentar el asta de los hechos, tocarla con sus propias manos, cargarla en su mochila, compañera de caminos, y ¿qué otra cosa se puede hacer cuando la evidencia nunca se quiere ir? Su molestia presencia te acosa en los rincones, en los mapas del mundo. Afrontó; tuvo que hacerlo y ¿qué descubrió? Que aquello es como una dulce gominola, que aunque amarga al principio, luego va escribiendo el masticar de una rutina. El aguijón leve de la nostalgia, algo extraño, como la brisa de un recuerdo no vivido, lejano, como un teléfono en el mar, pica a veces en una sorpresa o quizás, no tanta. En ese instante encuentra en ocasiones, incluso, la sonrisa de un sabor dulce: al menos ya ve la verdad. D. sonríe por este nuevo descubrimiento, aunque pueda volver a esconderse, alguna otra vez, dentro del coche para crear de nuevo cuadros en la ventana, alérgicos a la luz del sol.