- ¡Niñas! ¡No os comportéis así! ¡Que ya tenéis... añazos!- vociferó la madre.
De nuevo el salón estaba completamente vacío, pero seguía vistiendo ese atuendo tan elegante, lujoso, precioso como la belleza de piedras preciosas. Sólo el padre, la madre, la hermana y quizás alguien más, estaban allí; simplemente, se habían dejado llevar por el hechizo de esas paredes kilométricas, de ese cielo de exquisitez, de las cientos y cientos de baldosas.
Ese día de los noventa, no me traje cámara, así que lo único que puedo ofrecerles es esto:

Salón de baile del Casino de Murcia, tomada de la página Pueblos-espana.
Fachada del Casino de Murcia, tomada de Wikipedia.
El imponente Casino de Murcia, se asienta en la calle Trapería, que duerme y vive eternamente cerca de la vieja catedral. Allí, contaron que un día entró un hombre; aquel día y a aquellas horas la iglesia estaba a punto de cerrar. Sólo era un desolado desierto, salvo por una pequeña figura, sentada en uno de los bancos, encorbada, rezando frente al altar. Figura femenina. Y al verla, el hombre empezó a crear palabras; la mujer alzó la cabeza al instante y el hombre sintió que le faltaba la voz. La expresión de su rostro se congeló en el tiempo y sus ojos se abrieron como platos. Quería correr pero, al mismo tiempo no podía; no poder hacer, no poder actuar. Conocía cada milímetro de ese rostro, cada arruga y cada gesto que se dibujaba en su línea del tiempo. Era una familiar suya, una persona cuyo viaje por la vida sabía que había finalizado hace tiempo. Había sabido de su último respiro, de los últimos momentos en que había observado en esta gran bola redonda, antes de cerrar sus ojos para siempre. ¿Cómo era posible?
- Ya me voy - musitó, quizás, el cuerpo viejo de mujer.
Se levantó lentamente y trazó sus cansados pasos, al tiempo que su silueta se difuminaba en la invisibilidad de un infinito desconocido.
Un escalofrío recorrió la espalda de la joven de principio a fin, mientras la anterior historia cobraba vida en sus oídos.
Murcia,2006.