
La naturaleza ha despertado de su dulce letargo, lo sé: su frágil voz se ha mezclado con mi sueño, me susurra al oído, me acaricia la piel; a veces, no sólo cantan su canción de silencio las estrellas y la luna: en ocasiones, viene el clamor del viento o la acompasada e inconfundible voz de la lluvia. Otros visitantes también pueden unirse a la melodía de la noche: unos, más agradables; otros, menos. Pero, hoy es el aullido del viento el que se ha colado por el patio trazando círculos de libertad, proclamándola, gritándola. Y mientras, en el viejo tocadiscos de La Tierra, la canción de la noche llega a su fin, agoniza, muere. Entonces, sale el sol triunfal que con una música marchosa intenta despertar a todos los cuerpos, desde el primero hasta el último. No hay piedad, ni distinción.
Llevo un rato levantada y el viento sigue emitiendo sus notas de espiro. Ignoro lo que parece ser un rugido de su garganta y salgo a la calle y me pierdo entre los ríos de hormigón, sin ruta fija ni destino. Acabo en aquel parque solitario con un libro entre las manos. Estoy pero, no estoy. He dibujado una puerta con mis manos y me he sumergido (esta vez, en la Edad Media). Siento como el viento me revuelve el cabello y saca algún que otro mechón del semirrecogido. Me gusta esa sensación pero, su furia grita demasiado. Despierto. Un matorral arrancado de alguna parte viene rodando hacia mí pero, el inoportuno banco en el que estoy sentada, interrumpe su desenfrenada carrera. Alzo la vista y veo las blancas y esbeltas farolas: parece que su fuerza ha sido tragada por un ente oscuro y secreto, ambicioso de poder y se doblan como chicles. Me inquieto y considero regresar a mi casa. A mi paso, las difuntas ramas de los árboles y hojas descansan para siempre tras batirse con la espada de aire del terrible enemigo. Una infortunada maceta ha caído desde algún lugar y dicen que un televisor se ha precipitado al abismo gris. Al encender la televisión compruebo que realmente la naturaleza estaba furiosa: varios muertos por España y Francia, un incendio...
La naturaleza, enfadada multiplica su fuerza y como nosotros somos sangre de su sangre, a veces también ¿No lo han sentido alguna vez?
Sé que estas fotos están pasadas pero, no dejan de ser impactantes para mí. Se me ocurrió compartir algunas. Las hizo también aquel primo que ya mencioné. Uno de los mares más revoltosos de tierras españolas es el del País Vasco. Concretamente, estas fotos son del 11-3-2008.