
En el quiosco sacaron una colección de literatura romántica, toda de la misma autora. Las tapas eran bonitas, atractivas y de letras doradas nacían los títulos. Así que, me puse a coleccionar.
Muy pronto, y con mucha ilusión decidí sumergirme en aquellas historias. Fueron muchas noches , antes de cerrar los ojos, en las que abría el libro dispuesta a soñar, imaginar, sentir... ...y cada vez, eran más libros los leídos y menos los que se habían salvado de mis ojos curiosos. Fue entonces, cuando empecé a aburrirme; aunque agarrase un libro diferente, la historia parecía ser siempre la misma. Bajo la principal y por lo general repetitiva historia de amor, siempre había una trama, como un secuestro, por ejemplo, que siempre acababa felizmente. Los finales, siempre felices: el amor triunfaba por todo lo alto y fueron felices y comieron perdices...
Así fue cómo me dí cuenta de que mi hermano tenía razón :aquellos libros eran todos iguales. Mi hermano hacía una interpretación de aquellos libros muy afín a lo que eran realmente. Me pareció divertida y en poco tiempo la hice mía. Así era la literatura del amor, según mi querido hermanito:
Fulanito: - Ven, nena ¡Te quiero ya!
Mengana: - ¡Nooooooooo! ¡Yo no te quiero!
Fulanito: - ¡Que sí!- Fulanito erre que erre...
Así, llega el gran día: el ACTO.
Fulanito: - ¡¡Ummmmmmmm!! ¡¡Nena!!
Mengana piensa: - ¡¡Uy!! Pues sí que me gusta...
Así termina todo. Fulanito y Mengana se enamoran locamente y veo sonidos de fiesta, campanas, champán en copa... ...y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Sinceramente, yo esperaba algo diferente, algo menos previsible. Con el tiempo, aquella jovencísima dejó de lado aquellas noches románticas.