
No sé cómo llegué a allí. La distancia del tiempo, el olvido momentáneo, hacían que el último recuerdo de un lugar por el estilo, fuera tan sólo como las minúsculas luces del faro que te agita su mano de luz, en una paciente espera a la orilla del mar. El cura frente a sus oyentes, sumido en su rutina habitual pero... ...un momento: esos oyentes, no eran más que unas escasas cabezas, cabezas blancas, grisáceas o tintadas, tratando inútilmente disimular la huella de la edad ¿Jóvenes? Ni uno.
- Yo también hago lo mismo- me comentó mi amiga- Sólo voy a la iglesia cuando hay un bautizo, una comunión, una boda, sino ¡bah!
Pero, X era diferente. Tan sólo tenía un año más que yo. Era capaz de decirte el nombre de los habitantes inertes de una iglesia, sin tartamudear.
- Y ¿éste?
- San Roque.
- Y ¿cómo se llama ésta?
- Santa Teresa de Jesús.
Nada relacionado, podía escapar de su memoria.
Aquel día, le acompañé: quería comprarse no sé qué santo para que velara por sus sueños. El caballero de los cielos, golpeaba con su espada ardiente cuanta cosa se cruzara en su camino: jamás se cansaba de anunciar el sofocante verano. X no sabía muy bien dónde encontrar aquella tienda donde podría hallar el objeto de su deseo y lógicamente yo no le podía ayudar. Una graciosa ancianita, se cruzó en nuestro camino. Caminaba con paso pesado, lento y vestía ropa y joyas muy llamativas, como escapando maestramente de las garras de la vejez. X la preguntó si sabía dónde estaba la tienda.
- Sí, allá enfrente. Seguid recto y enseguida la encontraréis.
Tras dar las gracias, X continuó trazando pasos acelerados sobre el asfalto: siempre andaba así. Secretamente, le llamaba El correcaminos. Rápidamente, la ancianita, fue convirtiéndose en una figura cada vez más pequeña, hasta que se perdió en el horizonte del espacio. Pero, al rato, ocurrió algo inesperado. La voz de la ancianita reapareció a nuestras espaldas. Era como que la hubieran puesto un turbo o algo así. Muy simpática ella, preguntó nuestros nombres.
- Gustavo y Raquel- mentimos.
- ¡Raquel! ¡Qué bonito! Así se llamaba la esposa de Jacob [bla,bla,bla, bla, bla, bla...]
De repente, hurgó en su bolso, del que sacó El nuevo testamento.
- Léame este versículo, joven.
X leía pacientemente cada versículo, y tras cada uno, aquella señora nos daba un nuevo sermón: que si las plantas eran muy bonitas, que si bla,bla,bla... ...con cada nuevo versículo que le hacía leer, la voz de X se volvía cada vez más cansada y apagada. No sé cuántos le haría leer, imposible de contarlos, pero, decenas. Una risa interna y terrorífica bullía por mi interior y amenazaba con salir, una risa que no pudo al menos, evitar transformarse en una marcada sonrisa que curvaba mis labios. No se me ocurrió otra cosa que ponerme una mano sobre ellos, fingiendo un terrible deseo por morderme las uñas, en un intento desesperado de disimular. Cuando al fin la señora se quedó satisfecha y a X poco le faltaba para quedarse frito, ella espetó:
- Si quieres podemos quedar aquí, en el colegio de al lado o en tu casa, si no hay problema y leemos cada día un poquito de esto.
- No, gracias. No puedo, ando muy ocupado.
Al final, aquella mujer tuvo que resignarse con esa respuesta y guardarla en su bolsillo. Pero, antes de irse, nos dejó un recuerdo:
- Tomad esta revistita, dice cosas muy interesantes- cosas de su religión, por su puesto.
Al doblar la esquina, X exclamó:
-¡Tira eso!-cosa que hicimos sin dudar.
- Madre mía, tía, qué mujer más pesada. Al final, la decía sólo "sí, sí, sí..." a ver si se callaba. Y encima tú casi riéndote y yo pensando: " ¡que nos va a descubrir!"
Ya saben: si ven a alguien con una revista en sus manos, muchas veces acompañado, con ojos acechantes y con ganas de hablar, la mejor excusa es:
- Lo siento, tengo prisa.
Aceleren su paso, miren su reloj ¡Corran! ¡Huyan! De momento, no he visto otra cosa más efectiva.
Nota: algunos llevan maletines negros en sus manos y van muy trajeados pero, ésta es una tendencia que al menos por España parece que se va viendo menos.