
Estaba en la sala de estudio, cuando de repente me llamaron al móvil( celular, para mis amigos/- as suramericanos). Salí, me llamaban desde casa:
- Esther, ven a casa, que ha venido la vecina a veros.- Dijo mi madre.
- ¿ A verme a mí? ¿ Una persona mayor , amiga de mis padres ? ¡ Qué raro! - pensé.
Dije que sí, que ya iba pero, después lo pensé mejor; hacía cosa de varios meses que mis padres siempre decían:
- ¡ Qué pelo más feo llevas! ¡ Pareces Cleopatra!
Yo hacía oídos sordos, siempre estaban igual, sus comentarios siempre venían a ser algo así y en ellos siempre aparecía inevitablemente nuestra querida difunta Cleopatra. Por aquel entonces, yo tenía unos 19 años y me peinaba con el pelo hacia atrás, y como tengo mucho, para que no se me fuera a la cara me ponía orquillas, en lugar de una cinta de pelo, que no me gusta. El pelo estaba poco o nada escalonado y como encima es rizado, se me abultaba más, por ello que me les dio por llamarme "la Cleopatra", fíjate lo que yo me pareceré a ella ¡ ja,ja,ja!
Creí que quizás se trataba de alguna escaramuza organizada por mi madre para lograr cortarme esos pelos; sí lo reconozco, ahora que me miro en las fotos de entonces: estaba fea pero, entonces me veía bien y me gustaba. Sospeché de las intenciones de mi madre y no fuí.
Otra vez en la sala de estudio, el teléfono volvió a sonar: - ¡Jolines!- maldecí para mis adentros y contesté de mala gana un cansado, monótomo y suspirante:
- ¿ Qué quieres?
Esta vez era mi padre:
- Ven a casa, que ha venido la vecina y quiere darte una cosa.- Él dijo éso( para ellos ya siempre será su vecina, aunque realmente ya no lo es porque nos mudamos de donde vivíamos antes).
A lo que respondí:
- ¡ Mentira! Mamá dice una cosa , mientras que tú dices otra ¡ Aquí hay gato encerrado! No caeré en la trampa.
Y con esas colgué. Pero, los muy pesados volvieron a llamar y yo cogí:
- ¡Hola! Soy ..... , que quería verte. - sorprendentemente era la vecina, mejor dicho, ex- vecina.
Pensé en no ir, pero ¡ Caray! ¡ Era la vecina! Si no iba después me sentiría mal por no haber ido y mientras estudiase no podría dejar de pensar en ello. Así que fuí, aunque aquello seguía oliendo muy raro pero ¡ Anda! ¡ No pienses mal! Así fue como me presenté en casa y... ...¡ Sorpresa! Ahí estaba esperando mi amiguito, con todo el material preparado, deseoso de cortar , y mi querida hermanita, a la que también le habían cortado el pelo y como la envidia corre por sus venas ( sobre todo antes)y lo siento hermanita, pero es así , seguramente pensaría:
- Sí, córtaselo, que ahora ella lo tiene más largo que yo.
- Venga, sí, necesitas arreglártelo, que lo tienes muy feo- me dijo mi madre.
Obligada, con disgusto , me senté. Mi madre aprovechó para ir a por una toalla, a lo que yo aproveché y en un momento de distracción de todos, salté de la silla, corrí desesperada hacia la puerta de la calle y bajé todo lo deprisa que pude unos cuantos escalones de la escalera, pero, mi hermana, la muy asquerosa, me cogió, y ¡ otra vez sentada en la silla! El amiguito, peluquero,comenzó a cortar y a cortar; mi madre al frente, dirigiendo la operación como un sargento:
- Córtale más , más , que no se pueda poner ganchos.
Y el otro, corta que te corta. Yo, disgustada y con un montón de explosiones por dentro, aguantando y aguantando. Veía como el suelo se llenaba de mis rizos castaños y sin vida,aquellos rizos que estuvieron una vez vivos, que habían resistido los vientos, el frío, el calor, la lluvia ¡ los estaban asesinando!y no podía pensar, lo único que pensaba era:
- ¡ Mi pelo! ¡Mi pelo!
Cuando todo terminó, me miré al espejo. Me asusté, no pude evitar soltar un grito de horror. Ya no tenía mis rizos, y me palpaba y casi no tenía volumen. ¡ Qué fea y horrible me veía! ¡ Mi melena! ¡ Parecía un hombre! Volví a la sala a estudiar, y me puse a llorar. Sentí que a nadie le importaba lo que pensaba, ni lo que quería; lloré y lloré , de furia y de tristeza a la vez.
Cada día que me levantaba y me miraba al espejo me ponía de mal humor. Y cada día que pasaba, me iba saliendo una especie de tupe por arriba, y me parecía más y más a mi perro caniche. Sin embargo, mis padres, y mi hermana estaban contentos: al fin se habían salido con la suya. ¿ Qué derecho tenían ellos a meterse con mi imagen? ¡ Era mayor de edad, no una nena! ¿ Tanto les costaría entenderlo? Aún así hoy en día a mí y a mi hermana nos siguen llamando las niñas, que no me molesta, pero me choca.
Este fue el enfando más largo de mi vida, me duró semanas y semanas, y mi padre, mi madre y mi hermana ¡ tan contentos! Decían:
- Ahora sí que tienes bien el pelo.
A lo yo siempre contestaba: - Artículo 18 de la Constitución española: derecho a la propia imagen.
Menos mal que el pelo volvió a crecer y poco a poco he conseguido irlo arreglando, pero no al mismo peluquero sino, a otro que no me corta el largo de la melena, lo único que hace es escalonarlo un poquillo, para que no se me vaya a la cara y poderme peinar mejor. Ahora lo llevo sin ganchos ni nada, suelto sobre la espalda. Sin embargo, siempre que voy a un peluquero , parece que tenga algo de trauma : - ¿ Se pasará con la tijera?
No me gusta nada tener que ir y si no fuera por mi madre lo dejaría hasta el último día. Tijeras ¡¡¡Nooooooooooooo!!!