Al ver el mar, ese compañero del mundo, esa pequeña pieza del engranaje con la que había tomado poco contacto, no se sorprendió. El baile de las estrellas del agua, observaba calmo desde la orilla, con su eterna canción de susurros espumosos; a veces, oscuro por la contaminación del puerto invasor; otras, azul de sonrisas.
- ¿Por qué no subimos al barco de Tabarca y damos una vuelta hasta la isla? - propuso mi padre. Uno de los barcos, nos miraba, grande, imponente, silencioso; el otro, más viejo, pequeño y juguetón, también emitía sus saludos silentes, como un embrujo, quizás maléfico, hipnotizante, que nos invitaba a subir, como un imán. Así que mis tíos aceptaron la propuesta.
El mar, con su continuo bamboleo, comenzó a mover el anciano navío como si se tratara de un insignificante barquito de papel. Así fue como mi tío, ese hombre que sabía de caminos de estrellas en la oscuridad inquietante del campo, de flores mustias del pasado, de crudeza y dureza, se hizo pequeño y se puso a llorar como un niño. Las gotas de lluvia salían incesantes de sus ojos, mientras se agarraba a un del roído metal de El navío pesadilla, escondiendo su cara del infierno azul, suplicando clemencia.
Cuentan que un día, cuando el vestido de la noche ya le envolvía en su manto y las estrellas le susurraban sus secretos de vuelta a casa, unas luces interrumpieron la homogénea oscuridad. Eran tantas, que difícilmente se podría contar el número de colores que disparaban, que emitían, que vociferaban . Aquellos centelleos viperinos, amenazantes y aterradores, le siguieron hasta quién sabe qué lugar. El escalofrío del peligro, fue subiendo por su espalda y traspasó su corazón. El ataque epiléptico del susto se adueñó de su cuerpo y las lágrimas dibujaron sus ríos de melocotón.
- He visto... he visto... Unas luces... me seguían- diría ya en su casa. Su voz era un hilo entrecortado por sollozos de recuerdo. Las manos le temblaban y la boca y...
Nadie supo explicar lo que le pasó. Sólo se creó alguna que otra hipótesis de pasos poco seguros.
El patín de la ciencia rueda por calles conocidas del conocimiento. Pero, a veces, conspiran rostros ocultos tras las ventanas del mundo; susurros de viento,de tierra. Y asaltan el camión inquieto una verdad impuesta, rasgando, arañando, hiriendo, la sabiduría de cristal, proclamándose mentira. El patín se desiquilibra ante la piedra molesta. Se tambalea. Cae. Y entonces, el misterio se ríe, se ríe del mundo. Otras veces, las voces de enigma susurran secretos a los oídos del hombre, lenguajes que éste no puede comprender y le descoloca, despeinando su cabellos. Porque es el juego del misterio, que sale y entra; amanece, se esconde, marcando su territorio de eternidad.