Fui una de las finalistas del concurso que organizó la web de El cuentacuentos, llamado Fantasía 2009. Sería imposible describir la alegría que sentí al abrir la web y ver ahí mi relato: una alegría inabarcable, más inabarcable que el propio mar... Cuando has hecho algo con todo el cariño y entrega y lo ves ahí...
Aquí dejo mi historia, que escribí bajo el pseudónimo de Esthecilla.
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Desde la oscuridad, pero siempre
de Esthercilla
Mario saludó a la calle y se perdió bajo las sábanas de la gran urbe una vez más, sábanas de pavimento, de olor gris ciudad, ése que se mezcla de forma tan extraña con las nubes de algodón que se empeñan en salpicar de vez en cuando el azul del cielo. Pero, esta vez, no: esta vez ya era de noche. Quizás aún andaran por ahí las muy bandidas pero, el negro es supremo ¿no se han dado cuenta? Cuando cae, van perdiéndose los objetos, opacándose. Él los acurruca entre sus manos, los mece, los duerme, los silencia por eso los colores ya no pueden hablar.
En el bar Paquito, que regularmente frecuentaba, las notas de movimiento se confundían con las de la noche. Se acercó a la barra y pidió un par de cervezas. Bastante tenía con su despido, al menos se merecía un traguito de gloria. Entonces, la vio. Su tez blanca como la nieve, sus rasgos finos y delicados, su pelo rubio y rizado le hechizaron desde el principio ¿Sería un ángel? Ella alzó la cabeza y también le miró. Sus miradas se cruzaron por un instante fugaz pero, ella no dijo nada: simplemente, giró la cabeza rápidamente y centró su atención en alguna otra cosa.
- ¿Qué le diría? – pensó Mario- ¡bah! Olvídalo- concluyó, mientras fijaba la vista en el vaso de cerveza ahora medio lleno. Pero, como si se arrepintiera, enseguida volvió a mirar hacia ella pero, ya no estaba y buscó y buscó y por más que buscó no encontró.
Marta se recogió su melena dorada en una coleta y miró por última vez hacia el espejo antes de dormir. A menudo se preguntaba por cuánto tiempo podía seguir así, jugueteando entre las luces de la eternidad, observando pobres vidas mortales, sin ser poseedora directa de un error o de una gloria, guardando su gran secreto bajo la llave grande y pesada de su juramento: “Nunca lo digas a ningún mortal, ellos aún deben crecer”. Entonces, la noche la arropó con su manto de terciopelo negro y piedras preciosas.
- Buenas noches - la susurró la luna lunera.
Mientras dormía, el pequeño diablillo, regordete y de ricitos de oro, surcó los cielos cual veloz ave rapaz e irrumpió en la habitación ¿qué de quién estoy hablando? De Cupido, ese ser que un día cualquiera con su toque mágico y personal altera toda la materia viva de los corazones, crea una explosión grandiosa, inexplicable, incontrolable. Siempre debe dar con su flecha a dos corazones: primero a uno y luego a otro ¿Qué pasa entonces? ¿Por qué a veces sólo vibra un corazón? ¿Por qué otras veces los efectos de ese estallido se pierden, se condensan como la agonizante llama de una vela? Porque a veces, Cupido es un niño muy despistado y tras dar el primer impacto de amor, es capaz de distraerse con la flor más bonita del jardín, la abeja que va en busca de un ansiado grano de polen o la melodiosa voz de un pájaro cantor. Entonces, después, alza la vista en busca de la próxima víctima, el segundo corazón pero ¿Dónde está? De nada sirve que pasee su vista, sus pasos por el lugar. Apesadumbrado, vuelve a casa: ha creado una nueva desgracia. Cruza a hurtadillas el patio de la casa divina, decorado con flores alcaenna, otra maravilla escondida del mundo de los humanos tan hermosa que su belleza no cabría en todo el Universo. Cruza con la esperanza de que su madre no se entere de su nueva fechoría. Pero, resulta que las madres acaban sabiéndolo todo ¿Cómo lo harán?
- Qué - le sorprende su madre. Ha irrumpido en su paso y se ha cruzado de brazos apoyada en el umbral.
- Qué, qué. No pasa nada, mamá. Sólo he salido a dar un paseo- Cupido trata de atravesar apresuradamente el umbral pero, su madre le detiene posando su mano con gesto firme sobre su hombro.
-No me mientas, Cupido. A ver ¿qué has hecho esta vez?
- Volví a fallar otra vez, mamá. Di al primer corazón pero, una linda flor me distrajo. Cuando quise dar al segundo corazón había desaparecido.
- Ya verás cómo lo arreglas.- el arreglo siempre era el mismo: tratar de encontrar al segundo corazón y si no había forma de encontrarlo o uno de los dos corazones había perdido esa sensación eléctrica del amor por el camino, acudir a El Mirador Blanco, recordar el rostro de la persona herida y entrar en un estado de concentración. De esta forma, aparecería un algo, una esencia que sería el rastro a seguir para encontrar otro segundo corazón sustituto.- Como falles en tu próxima empresa no voy a traerte la Play Station portátil que siempre quisiste tener- prosiguió la madre.
- ¡Jo! ¡Mamá! Pero…
-¡Ni peros, ni nada!
Su madre había sido contundente. Por eso cuando Cupido dio a Mario con su flecha de oro y se distrajo en la nube coqueta que desde ahí arriba le sonrió, enseguida volvió a fijar su atención en el centro de su actividad. Justo entonces, alcanzó a ver un inconfundible ángulo de tela de la falda de Marta, que se perdía tras la esquina del edificio de ladrillos. Marta se metió apresuradamente en un auto amarillo en cuya placa rezaba “Taxi”.
-¡Hey! ¡Espera! – murmuró Cupido más para sí que para los ignorantes mortales de su divina presencia. Y voló, acariciando suavemente los sombreros rojizos y azulados de los presumidos y elegantes edificios de la avenida San Juan. Y allí estaba él, en esa habitación, mientras Marta le daba la espalda, sumida en su mundo de sueños. Voló hasta tener el cuerpo mirándole de frente, se colocó a una distancia prudente y disparó la flecha. Al ver su cometido cumplido, una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro y emprendió el regreso a su casa con el ánimo de un tornado.
En los sueños de Marta, entre el barullo de imágenes sin sentido – eran las más frecuentes - o con él apareció un nuevo rostro, claro, conciso: el de Mario. Sí, no se extrañen: ella conocía absolutamente a toda persona que se cruzara en su camino. Quizás supiera mi nombre o el tuyo o sino, no te preocupes que lo más probable es que otro ser de su misma condición guarde la combinación de cada una de sus sílabas, como el buen vino. Porque los ángeles son así: son la brisa fresca que te susurra al oído o son formas mortales que deambulan por el mundo. La verdad, es que todos podemos ser ángeles, sólo que algunos olvidamos nuestras alas en algún lugar del desván ¿Qué me dices de aquél que, por ejemplo, te ayudó a encontrar tu camino? ¿Y del amigo que cogió tu mano cuando estuviste a punto de caer por el precipicio? ¿Y del que secó tus lágrimas? ¿Qué me dices del pintor de sonrisas? Incluso aunque no lo creas, los animales también pueden tener sus propias alas mágicas, como aquel perrito que rescató a ese niño de las garras malignas del mar. Pero, a veces, también nos pueden salir cuernos, cola y adoptar un color rojo pero, esa es otra historia.
Por más que los días pasaban, como el fresco rocío que cae y se desvanece, el rostro de Mario, su presencia, su aroma, se empeñaban en vivir con Marta. Sabía que no debía ser así pero, aquello era como un dulce veneno, tan tentador… Sentía que debía volar sino ¡se volvería loca! No tardó en personarse en La Gran Sala Blanca. Allí estaba su madre. No importaba: así se ahorraría una explicación.
- ¡¿Que te has enamorado?! ¡¿De un mortal?! – se escandalizó La Voz Suprema.
- Pero, hijita, perderás tu inmortalidad ¿Estás segura de lo que quieres hacer?
- Sí- replicó y prosiguió- ¡Voz Suprema! ¡Hazme mortal!
Fue así como los polvos mágicos de lluvia dorada secuestraron su eternidad para dar paso a un nuevo ciclo de mortalidad.
Marta diría que aquella tarde tardó en llegar, como si la pereza se hubiera instalado sobre su ventana aquel día, pero llegó. Entonces, salió a la calle y dejó que sus pasos la guiaran hacia el bar donde le vio por primera vez. Allí estaba él, con la cabeza gacha, hundido. Los vasos vacíos de cerveza se extendían frente a él, como si quisieran mostrar su poder a través de un número.
- Otra cerveza, por favor- oyó que decía.
Ella se acercó.
- Deja de beber, no es bueno.
- Gracias por tu preocupación pero, me han despedido.
- Olvídate del despido. Hay tantas cosas bonitas ahí afuera… Ven, vayamos a contar las estrellas.
Él agradeció con la mirada pero, no dijo nada.
- ¿Sabes? La primera vez que te vi era inmortal- confesó ella.
- Entonces ¿por qué te pude ver?
- Porque creíste en mí.
En ese momento, unas alas parecieron asomarse por la espalda de ella.
- Sí, eres un ángel- sonrió.
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Aquí, están el resto de los finalistas y el relato ganador, Magia de Nicole Bonnett.