
"Y el mundo se llena de luces, todo es alegría, llegó Navidad" decía en su estribillo aquella bella canción, ésa que tuve el placer de escuchar alguna vez desde aquel banquillo.
- Uno, dos, tres...- susurran las campanadas con su inconfundible voz. Sentencia final para el pobre dos mil ocho. El dos mil nueve aparece repentinamente y le da un empujón:
- ¡Quita! ¡Ahora me toca a mí!
Qué triste es a veces la ley de vida, pero en ocasiones nada podemos hacer contra ella.
Resignado, quizás afligido, el dos mil ocho, desaparece, se pierde entre las nubes, se funde con la noche, se difumina como el humo que vuela silente por el tejado del mundo.
La tristeza de unos pocos contrasta extrañamente con los rugidos de los brindis que se oyen desde algún lugar en la lejanía y los buenos deseos susurrados, pensados, silenciosos, habladores. Brindis, risas, champán, burbujas, uvas que pretenden repartir suerte... ... porque el mundo también juega al Carnaval, quiere bailar. Lanza una sonora carcajada al viento, tan poderosa que a muchos llega a contagiar. Se ha vestido de sueño pero, en realidad mundo siempre será, aunque es bonito vestirse de sueños ¿verdad? Es hermoso danzar con las luces o intentarlo por un instante, fundirse en sus notas, aunque como mundo no nos puedas engañar o al menos a mí,no.
¡FELIZ AÑO NUEVO! (¡Pronto viene ya!)
Un año más, Mecano.
P.D: Entre otras cosas ¡reconozco La ciudad de Las Artes y las ciencias de Valencia! Es la que sale al empezar esa especie de silbidos.
Ojalá que la suerte nos acompañe.