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Era un edificio lujoso en la ciudad de Burgos. Mi tío, un exguardia civil, siempre nos
acogía. En realidad, la razón que nos
servía para visitar tan hermosa ciudad era el ir a ver a mi abuela. Yo era
pequeña ¿Cuántos años tendría? ¿Seis? No lo recuerdo bien, pero sí otros muchos
detalles se quedaron impresos en mi memoria como una estantería enorme que poseía,
oscura, como la madera del nogal, donde figuraba, entre otros muchos elementos un
arma enorme sin cargar, entre varias medallas.
El piso era bastante recogido y apenas me acuerdo del Sol entrando por las ventanas.
Tal vez era de noche, pero lo que sí sé es que llovía; se ve que pillamos el
cielo enfadado por aquellos días. Por la mañana, una tetera de porcelana con
leche caliente, Cola-cao y unas cuantas galletas María nos recibían. Por un
lado, nosotras, las mujeres, nos enfrascábamos en nuestras conversaciones
–bueno, más bien mi madre: yo y mi hermana ¿de qué más podríamos hablar que de
los muñecos de Pin y Pon?– y los hombres
en las suyas, con riesgo de acabar en tortuosos caminos de discusiones.
Yo era una niña feliz que cada verano podía, además, disfrutar
viendo cómo se erigía la preciosa catedral de Burgos, visitar el río
Manzanares, perderme por las calles de un pueblo o visitar su cementerio.
Mi mundo feliz, pero también recuerdo días ajetreados en los
que mi padre comenzó a acudir a diferentes hombres de ley. Y un día dijeron que
mi tío ya no nos quería más. Desde entonces, comenzamos a ir con nuestra tía.
Había comenzado una guerra y como en
toda guerra que se precie siempre hay dos bandos contrarios y quizás
algún que otro rezagado que no sepa bien dónde ubicarse y que incluso ni
entienda el sentido de tales conflictos ¿Pero acaso sirven para algo? Yo nunca
llegué al fondo de la cuestión, quizás era demasiado joven para entenderlo.
Solo sé que fue por un tema de herencias: un mal que suele aquejar a muchas familias.
Por suerte, en nuestro bando, siempre trataron de enseñarnos a no dar excesiva
importancia al dinero; quizás sabrían que eso es un quiste que puede llegar a destruirte.