Veintidós de abril del 2020. Una inesperada pandemia había venido a España —el COVID-19. El gobierno había decretado el estado de alarma y ninguno de nosotros podíamos salir de nuestra casa, a no ser que fuéramos a comprar, a la farmacia, al hospital o a bajar a los perros. Había decidido pasar esta desgracia con mi madre: tenía cáncer y vivía sola, aunque dudo que hubiera sido una buena idea.
—¡Mamá, ya estoy en casa! —anuncié.
Tras sacar los alimentos que había comprado y colocarlos cada uno en su lugar, me di la vuelta para coger una taza de uno de los armarios, cuando escuché un movimiento rápido, casi imperceptible. En un segundo, mamá estaba sentada en la esquina izquierda de la mesa de nuestra cocina americana.
—Hola, nena —me saludó. Estaba ligeramente girada hacia la pared y apenas levantó la cabeza para mirarme. Entre las manos tenía un vaso con un líquido amarillo.
—¿Qué es eso, mamá?
—Manzanilla
—Pásamela.
—Filla, si quieres una manzanilla, hazte tú otra.
—Pásamela, venga —insistí.
Ella me miró con más atención y antes de que pudiera arrebatarle el maldito vaso, ya se lo había llevado a la boca. Tragó su contenido con avidez y en dos sorbos. Sentí repulsión.
—Eso no te cura ¡Despierta, mamá!
—Clar que sí: hace menos daño que las medicinas de los médicos.
—No, mamá, eso no hace nada ¡Pierdes el tiempo!
—Te equivocas, nena. El doctor Sakura dice que la orina me cura el cáncer y, encima es buena para la piel.
—¡Estupideces! ¡Eso es mentira! El doctor Sakura debería estar en la cárcel. Por fi, hazme caso y tómate tus medicinas.
—Apa, al fin he encontrado el tratamiento perfecto: me cura y conserva mi buen aspecto ¡Es la combinación perfecta! Y ¡no pienso renunciar a él!
Mamá me observó llorando durante unos segundos y apretó los labios, mientras ponía sus ojos en blanco.
—¡Ay! Nena, nena, nena —se lamentó al tiempo que giraba su cabeza hacia un lado y otro y salió de la cocina, seguramente hacia el salón.