domingo, abril 26, 2009

Entrega de libertad.

Las palabras llegaron, como si tal cosa, cuando dejó de buscarlas. E imprimieron sus pasos sobre el papel, nítidas, ligeras, libres como el viento. Se sentó frente al papel e hizo el amor, una vez más. Hoy, ayer, quizás mañana, nace un nuevo texto; quizás forme parte de un libro o de una melodía... Caricias de lápiz, entrega... Quizás así naciste tú. AMOR, amor con mayúsculas, poderosa palabra, tan grande que es capaz de crear cualquier cosa: amor de pareja, amor de madre, de escritura... Hilvanas pensamientos, atrapas el latido de un corazón, te pierdes en paraísos ajenos a la memoria del mundo y los conviertes en palabras, quizás. Una línea que se dibuja, deja entrever una letra y crece y crece y se convierte en algo mayor. Puede ser que hoy tatúe un papel o recorra unas páginas una vez más, mientras una bella estructura hecha melodía me sorprende, me abraza en mis días de historia.

La profesora P. me llevó a tu mundo. Luego, fue mi hermano. Recuerdo a P. con sus rizos inmersos en un color caoba. Ella también hacía el amor en la lectura, se notaba; creó una pequeña biblioteca para nosotros, intentando internarnos en sueños de papel. Fue allí donde te conocí y te separé de tu castillo de madera, por siempre jamás. Nunca fue mi intención escribir un"separado, por siempre" pero, lo olvidé: olvidé devolverte a tu lugar de origen. Y después de que mis ojos escurriñaran todos tus secretos y destruyeran tu barrera particular de misterio, te dejé sobre la estantería, dormido en la marea monótoma del aburrimiento y del olvido bajo la que tantos libros se ahogan. Pero, hoy, fue diferente; hoy, tú fuiste el elegido. Un código cayó sobre tu piel, unas etiquetas, un saludo, tu voz. Y cuando aquéllo sucedió, me encaminé hacia el lugar previamente anunciado y hacia la hora. Abrirás tus páginas al mundo, respirarás libertad. Y yo te observaré desde la distancia, desde el diario que Bookcrossing ha creado para ti; nuevas personas, nuevos lugares compartirán tu amanecer. Quién sabe si algún día, si salgo de caza, volvemos a encontrarnos; los caminos siempre son así: alimento de los pasos. Caminos que se juntan, danzan en sintonía, se pierden en las siluetas de penumbra y se vuelven a encontrar. Camino, camino a veces demasiado arduo, donde te asaltan personajes tentadores como la señora Venganza, esa bruja, esa delicatessen que a la larga puede convertirse en un agijón de veneno. Y el amor te habla y te dice:

- Rodéate de mí. Sé yo, alójame en tu alma y verás como entonces todo es amor.

Les dejo un tema que me encanta, otra de las maravillas que creó el amor. Tantas cosas hace... aunque ya se sabe que no siempre llueve al gusto de todos.


Los lunes que quedan- Los años que nos quedan por vivir.

Doy las gracias a Patricia por este bonito premio, una vez más ¡Gracias!

martes, abril 07, 2009

Verdades.

Hay verdades que se asoman a la ventana de tus días, que te miran a los ojos, fijas, sin piedad: ni un leve pestañeo, ni una mísera tregua. Arañan las paredes, gritan al oído de tus pensamientos, espían, siempre espían.

Durante un tiempo, miré a la muerte, oscura y tenebrosa.

- También vendré a por ti- dijo- algún día.

Las lágrimas brotaban inconsolables, en caudales descontrolados de temor. Sal, amargura, sal: sal de alma, sal salina. Así pasa en ocasiones. Y el tiempo te enseña a que a veces es mejor bajar la persiana. Pero, aun así, en ocasiones, la verdad la levanta y te toma desprevenido, dormido en el letargo de tus días y duele, quema, araña, molesta. Pero, por suerte, tenemos esa capacidad de perdernos en nuestro mundo de hoy o en el de nuestros sueños, aunque sea por un instante. Quizás sea una forma de no morir. Abrigo de sueños, sabor a rutina, quizás sean un buen alimento.

P.D: no tengo internet, y no sé cuánto podrá durar. Discúlpenme si estoy más ausente, tardo en contestar algún que otro e-mail. Menos mal que hay facilidades y quizás no se note mucho mi ausencia pero, no lo sé aún. Discúlpenme.

viernes, abril 03, 2009

Pasó en un juego.

Aquel edificio era todo blancura, por dentro y por fuera, como si quisiera conservar dentro de la gran caja de ladrillos los últimos rayos de luz, quizás para prevenir la futura, mencionada y requetemencionada huida del mundo. Sólo algún que otro objeto aislado se empeñaba en interrumpir ese paisaje homogéneo, salpicándolo con motas de color. Si no fuera por ese ambiente semihospitalario, hubiera jurado que incluso era agradable. Todos los habitáculos parecían haber sido diseñados para encajar perfectamente en ese puzzle luminoso: la sala de bolsas de hematíes color escarlata; la de plasma, a una temperatura capaz de cortarte la piel...

El médico nos condujo a una sala de charlas. Parecía que de sus labios fuera a brotar un aburrido monólogo pero, no fue así: nos hizo viajar en el tiempo y con su brocha de palabras, como el gran artista hace, consiguió imprimir en nuestros rostros, sorpresa, horror, intriga... y fue así, como también me colé en ese agujero del pasado.

Ahora, soy un fantasma, un espía sin remedio, sin culpa pero, pecando igualmente.

Juan y Pepita ya están ahí, tratando de consumir los pocos minutos de la quizás inquietante espera.

-Todo sea por ayudar a otros- piensa él. Sí, donar sangre es una buena acción.

Una puerta se abre y aparece el médico, el mismo médico de la charla. El mismo.

- Puede pasar- anuncia. Pepita, sigue a su Juan, el Juan de su alma, con su colección de "te quieros", aunque él ni los miente, ésa que la sujeta, que la mantiene firme cada vez que desea huir. Pero, su procesión de devoción queda interrumpida.

- No, usted, no. Esto es confidencial - Pepita hubiera preferido entrar, enterarse de todo pero, la firmeza en la voz del médico la hace detenerse.

La puerta se cierra. Sentencia final. Una batería de preguntas, algunas incómodas, recaen sobre él sin piedad.

- ¿Ha mantenido prácticas de riesgo?

- No- y es un no.

El paciente va pasando las diferentes pruebas a las que le somete la persona de la bata blanca. Parece que es un buen donante: aguja, extracción. Sangre, sangre que pasará un control de calidad. Fin por hoy. Pero, aquella mañana, la voz de teléfono no para de sonar.

- Venga usted, por favor. Esto no se lo puedo contar por teléfono.

Venga usted, había dicho el doctor. Un sinfín de por qués y una preocupación ácida, agria, amarga martillean su cerebro, una, dos, cien mil veces.

Otra vez la misma sala, el hombre vestido de blanco, ese hombre que torpemente intenta modelar sus palabras como al tratar con un delicado jarrón de porcelana, con cuidado, con suavidad de algodón. Pero, no lo logra del todo. Esa frase terrible tiene que salir, íntegra, completa, con sentido.

- Tiene SIDA.

- ¡¿Qué?! Debe de ser un error. Siempre he sido muy honrado y he llevado una vida normal. Nadie en mi familia tiene SIDA tampoco ¡No lo entiendo!

- ¿Está usted seguro?

- ¡Que le he dicho que sí! ¿Cuántas veces tendré que repetirlo? ¡Es imposible!- y era un sí, un sí y un sí.

En el rostro de Pepita se refleja un sentimiento de culpabilidad.

- Quizás, te lo pegué yo. No hace mucho, me acosté con un tipo. No sé ni quién es.

Juan se para en seco. Su rostro, su gestos, su voz se han congelado en el tiempo, en este tiempo de máquina loca.

- Pe...pe...ro ¿Cómo pudiste hacerlo?

- Pérdoname, cariño. Sólo fue sexo. Nada más.

El asombro dio paso a un mohín de furia.

- Necesito irme- dijo él al fin.

Y salió dibujando patadas en el aire, como si eso pudiera apaciguar su rabia y su herida mortal.

Y sí, en efecto: ella también tenía SIDA; una prueba vale más que mil palabras.